miércoles, 22 de agosto de 2012

apartido

Hoy lo recuerdo y, sobre todo, veo sus expresiones. Su color me da lo mismo, y aprendí a leer su mirada. Lo que ahora me importa es su boca, sobre todo su boca. Es una boca gruesa, bien podría ser de un viejo, de un niño, de un hombre y de una mujer. Es una boca prolífica, enamorada de las palabras y que, sobre todo, sabe conmover. Se le ríe el alma en esa boca. Su boca es tanto más transparente que sus ojos. Su boca dice mucho más sobre él que cualquier otra parte de su cuerpo.

Mentira, también están sus manos. Todo está expresado en sus manos, aún cuando están quietas. Son manos fuertes, curtidas y elegantes. Y las usa, sabe usarlas. Dibuja planetas en el aire mientras habla y martilla cada vez que puede. También escribe, atornilla, pinta y pica cebolla. Le gusta usarlas para comer queso y cuando quiere mucho algo lo agarra fuerte y pareciera que nunca lo va a soltar (principalmente libros y botellas de vino). Una de las cosas que más me gusta es cuando acaricia a sus perros. Me da la sensación de que él y los perros comparten un idioma secreto a partir del tacto. Se cuentan cosas, ríen, se hacen reproches y piden perdón, todo a través de sus manos.

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